¿Te vienes a dar un paseo por la historia de las oficinas?

Sep 11, 2025 | Consejos, Noticias, Productividad

Es muy probable que trabajes en una oficina y que asocies las LetsGo con muchas de las tareas que llevas a cabo allí. Vale, admitimos pulpo como animal de compañía (apreciad nuestra sutil manera de traer a colación a Pulpi), aunque ya te hemos dicho cienes de veces que nuestras notas adhesivas tienen también otros usos extralaborales y molones.

Pero, volvamos a la oficina, que parecemos Tarzán de tanto irnos por las ramas. Es muy posible que creas que estos lugares que estás deseando perder de vista cuando aprieta el calor y el cuerpo te pide vacaciones sean un invento relativamente moderno. Sin embargo, la oficina tiene ya unos cuantos siglos a cuestas, aunque, eso sí, las más antiguas no se parecían demasiado a las que tenemos hoy. Como diría Torrente, vamos al grano.

Oficina viene de la palabra latina officina y hacía referencia a un taller o una fábrica. Ya ves, desde el principio denotando trabajo. Lógico que, en un imperio como el de Roma, lo de la burocracia fuera una tarea importante y que necesitara su espacio. En la Edad Media es donde hay que ubicar las primeras oficinas, aunque esos espacios de trabajo no se parecían en nada, pero en nada, a las actuales. Por oficina se entendía en el medievo esos lugares más recogidos donde hacían sus labores los escribanos y los escribas. Es el lugar donde trabajaban los escribanos, dedicados a los asuntos de palacio, lo que podría acercarse más al concepto de oficina. Hablamos de las cancillerías, cubículos con paredes llenas de casilleros donde guardar los pergaminos, que recogían la ordenación administrativa de un palacio o un territorio.

Hasta el siglo XVII, la mayor parte de ese trabajo administrativo, muy relacionado también con lo comercial, se llevaba a cabo en el hogar. Pero pronto se hizo fuerte un nuevo concepto: la necesidad de distinguir entre vida laboral y vida doméstica, así que se empezó a buscar espacios diferentes para cada una de esas actividades, y las oficinas se mudaron de las casas. Vamos, que la gente se hartó de currar donde habitaba, que se ponía todo perdido con tanto papelote, y se llevaron el trabajo a otra parte.

Sin embargo, para empezar a hablar de oficinas tal y como hoy las conocemos (o muy parecidas, que para eso son las abuelas de estos lugares de trabajo) hay que esperar a la Revolución industrial. Esta época trajo consigo la necesidad de contar con espacios dedicados a labores de oficina en los que se pudiera controlar, organizar y distribuir las mercancías. Según se explica en un artículo para Medium, fue el ingeniero mecánico Frank Taylor, con su visión e intención de hacer más eficientes esos procesos de producción y organización, quien propuso un diseño de oficinas planeado desde la perspectiva de una línea de producción. Colocó, por un lado, a los gerentes del área principal de trabajo, y situó sus oficinas en un lugar estratégico donde pudieran observar al resto de los empleados todo el tiempo. Este planteamiento creció en popularidad a principios del siglo XX, un esquema de planta abierta pensado para maximizar la eficiencia. Ya se sabe, la pela es la pela y es el ojo del amo el que engorda al caballo, que diría nuestra abuela.

Se estima que el primer edificio de oficinas lo diseñó el arquitecto Frank Lloyd Wrigh en 1903: el Larkin Administration Building en Búfalo, Nueva York, un espacio diáfano con laaaargas filas de mesas ocupadas por oficinistas. Estaban destinadas a la producción en masa y a aumentar la productividad: cuantos más trabajadores cupieran en un espacio, más dinero pa la saca.

A mediados de la década de los 50, en Alemania empezó a pensarse en las implicaciones que tenía eso de trabajar todos juntitos, pegaditos uno a otro. ¿Y si le damos una vueltecita?, pensaron algunos. Y la vueltecita se la dio el grupo de diseño Quickborner, que propuso un nuevo modelo de oficina: el Bürolandschaft, que podría traducirse como paisaje de oficina o paisaje de diseño. En lugar de esas interminables filas de mesas, los espacios de trabajo se separaron con pantallas, se colocaron algunas macetas para dar un aire más mono y personal a esos lugares y fomentar, así, la colaboración y la comunicación entre los trabajadores. A la vez, se ganaba en privacidad y se favorecía la concentración en el trabajo.

La idea se extendió por toda Europa y llegó a Estados Unidos. Allí, en 1964, el diseñador Robert Propst creyó que todavía podía mejorarse el concepto y desarrolló la Action Office. Se trataba de un conjunto modular de muebles y paneles divisorios que ofrecía a los empleados múltiples espacios de trabajo a los que recurrían en función de las labores que tuvieran que realizar. Así, existían escritorios grandes de varias alturas con espacio de almacenamiento integrado, y expositores verticales para tener a la vista la información clave.

El objetivo era fomentar el movimiento para que fluyeran la creatividad y la energía. Vamos, lo de compartir sinergias que está tan de moda hoy en día (si es que ya está todo inventado…). ¡Lo monas y útiles que habrían quedado en estas oficinas las LetsGo, no digáis!

La idea era buena, pero se adelantó demasiado a su tiempo. Y, además, cara de narices. Los gerentes de las empresas decían que sí, que vale, que todo muy bien y muy bonito, pero que a ver quién lo pagaba. Y que si no les importaba a los señores diseñadores de oficinas, que buscaran otra cosa que les proporcionara un espacio y unos muebles que se ajustaran más a su presupuesto. Vamos, que tiraran a lo práctico y se dejaran de sinergias y de gaitas.

Y de esta manera llegamos a los años 80 y esas oficinas horrorosas, divididas en pequeños espacios semicerrados, más baratos, sí, pero más parecidos a celdas de prisiones que a lugares de trabajo. Su nombre lo explica todo: granjas de cubículos (nada más que decir, señoría).

Para entonces, la tecnología estaba avanzando a pasos agigantados. Los enormes ordenadores, para empezar, encogieron de tamaño, y eso permitía también jugar de otra manera con el espacio. Así, a finales de los 90, se retomó de nuevo el viejo concepto de oficina abierta. Adiós paredes, a tomar viento esos horrendos cubículos y a sentarse de nuevo todos juntitos, que no revueltos. Muy abierto, muy amplio… pero qué malo para la productividad, oiga. Que si el ruido, que si las interrupciones… Vamos, que había que plantearse otra cosa porque los revival no siempre son buenos.

En la década de 2010, empezó a imponerse otra nueva vuelta de tuerca en cuestión de diseño de oficinas. Se trataba de buscar un equilibrio entre el trabajo colaborativo y en equipo que facilitaban las oficinas abiertas y la intimidad y aislamiento de las granjas de cubículos, porque las necesidades del trabajo no son lineales ni siempre las mismas. Y por aquí van los tiros en cuanto a diseño de oficinas actual: buscar espacios que permitan la interactuación de unos trabajadores con otros, que logre el equilibrio entre privacidad y disponibilidad, con varios puestos de trabajo que fomenten el pensamiento creativo y que, a la vez, tengan algún tipo de aislamiento acústico que permita al individuo concentrarse cuando así lo requiera o mantener conversaciones privadas para tratar asuntos más delicados.

 

Pero llegó la pandemia y nos vimos obligados a quedarnos encerrados en nuestras casas. Parecía que la vida se empeñaba en devolvernos a un punto de la historia bastante anterior, donde las personas trabajaban en el mismo lugar en que vivían, ¿recordáis? Afortunadamente, las telecomunicaciones de hoy permiten esa cosa que parecía venir para quedarse y que no, o no del todo, que llamamos teletrabajo. Quienes pueden practicarlo, buscan separar, en la medida de sus posibilidades, que la vivienda cuesta un potosí, el espacio que dedican a su profesión del que destinan a su confort y a su ocio. Vamos, montarse la oficina en casa, pero sin que parezca que tienen la oficina en casa. Y para montarse la oficina en casa, además de hacer unas cositas que os explicaremos un poco más abajo, conviene tener un buen organizador. O lo que es lo mismo y mucho más cool, un planner como el que te ofrece LetsGo. Puedes colocarlo donde quieras: detrás de tu silla, en la pared que tienes enfrente, encima de la mesa…, a tu gusto y sin agobios, porque si tu churri empieza a practicar también el teletrabajo y ha decidido que tu rincón va a ser el suyo, podrás pegarlo y despegarlo las veces que quieras y llevártelo donde necesites.

 

Pero volvamos a lo de montarte la oficina en casa. Los expertos aconsejan ubicarlas en habitaciones (si es posible) dedicadas a tal fin; o en caso de que no sea posible, situarlas en espacios alejados de zonas de paso y de distracciones (vamos, que te olvides de trabajar con la tele puesta). Si hay espacio para ello, lo ideal es contar con un escritorio, una silla adecuada, cajoneras, baldas… Es importante que ese espacio cuente con luz natural y que lo personalices todo lo que puedas. Decóralo para que te resulte agradable (acuérdate de lo que te hemos contado del planner de LetsGo) y busca conseguir un hueco para la organización: desde estanterías y cajoneras, hasta esa bonita pared donde pegar tus LetsGo que te recuerden reuniones, tareas pendientes y la cita médica que no puedes aplazar, si es necesario.

Se trata, al fin y al cabo, de estar a gusto y cómodos, que es lo mejor para aumentar la productividad (y ganarte las lentejas, que para eso trabajamos. Y si tu estómago puede, apretarte una fabada, que está rica rica rica).

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